¿Quién eres tú? – La muñeca de sal.
La entrada de este viernes será más cortita de lo que suelen ser habitualmente mis posts, en este blog. Esta tarde comienzo a impartir los talleres de Conciencia Corporal, en Pineda, y metido en el tema de los preparativos resulta que ando un poco ajustado de tiempo. Hoy me voy a limitar, sencillamente, a divulgar un cuento. Un cuento muy pequeño, muy cortito… pero también es verdad, como decía Gracián que “si lo bueno es breve… dos veces bueno”. Y también nos recuerda aquel dicho popular que “en el pote pequeño se encuentra siempre la buena confitura…”
Se trata de un antiguo cuento zen, muy hermoso, que yo descubrí a través de Anthoni de Mello. El propio de Mello decía que hay tres formas de leer un cuento:
1ª: Leyéndolo una sola vez, como de pasada… y “a otra cosa, mariposa”. Este tipo de lectura nos sirve como puro entretenimiento.
2ª: Leyéndolo dos veces. Entonces, con la segunda lectura se nos estimulará la reflexión que luego podrá articularse y aplicarse a la propia vida. Y…
3ª: Tras la segunda lectura, permitir que se cree un silencio interior, para dejar que el cuento nos revele un mensaje profundo, más allá de las palabras… Eso puede ayudar a que se vaya desplegando en nosotros una sensibilidad mística.
Os dejo, pues, con este pequeño-gran cuento de la muñeca de sal:
Habla una antigua historia de una muñeca de sal que atravesó caminando el desierto… Caminaba y caminaba… y tanto llegó a caminar que acabó recorriendo miles de kilómetros, hasta pararse, por fin, en la misma orilla del mar. Ante aquella inmensidad azul quedó fascinada, contemplando el agua: líquida, transparente, vibrante… tan diferente a todo lo que había conocido hasta entonces.
Profundamente intrigada, la muñeca preguntó al océano: “¿Quién eres tú?” Y el mar le contestó, amoroso y sonriente, con una propuesta inquietante: “¿Por qué no entras y lo compruebas por ti misma?”
La muñeca, entonces, comenzó a avanzar hacia las olas, como Alfonsina, introduciéndose lentamente en el mar… y a medida que iba adentrándose… la muñeca iba menguando… se iba disolviendo. Más se adentraba… y más… y más… se disolvía… A cada paso… iba quedando menos de la antigua muñeca…
Ligera… sutil… por último, antes de la última disolución final, cuentan que se llegó a oír a la muñeca exclamar: “¡Ahora…! ¡Ahora sé quién eres…!”
“¡Ahora ya sé quién soy!”
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